Dicen que hablando se entiende la gente. Pero en un grupo como el que lidera Lorena Gallego de la Iglesia, con varias nacionalidades y no pocas lenguas, la tarea se torna complicada. Esta trabajadora social, que imparte clase de español a personas refugiadas acogidas al Programa de Protección Internacional (PPI) del Hospital San Juan de Dios de León, trata de romper unas barreras idiomáticas que, por encima de las diferencias culturales, se revelan como el mayor escollo al que se enfrentan a la hora de lograr la ansiada integración sociolaboral.
Lorena llegó como voluntaria al PPI en septiembre de 2021, tras la caída de Kabul en manos de los talibanes. “Lo había intentado antes, pero con la pandemia no salió adelante. Así que cuando ocurrió la crisis en Afganistán, me volví a poner en contacto con el equipo”, explica una leonesa para la que este proyecto lo tiene todo a la hora de trabajar: “un colectivo vulnerable, la enseñanza de idiomas y el aspecto intercultural”. “Es importante elegir algo que te motive mucho para poder mantener el compromiso y dar lo mejor de uno mismo”, confiesa.
Junto a sus compañeras, Estefanía Amado y Andrea Durán, se centra en facilitar el aprendizaje del español a unas personas que, en ocasiones, cargan una situación de analfabetismo a sus espaldas. “No hay materiales de alfabetización para adultos y eso lo hace aún más difícil”, lamenta Lorena consciente de que controlar nuestro idioma les hace más libres. En este sentido, cuando las personas refugiadas, además de su lengua materna, controlan otro idioma (como el inglés, en el caso de las personas que vienen de Ucrania; o el francés, en el caso de las procedentes de Senegal o Mali) todo es mucho más sencillo.
Sirios, iraníes, argelinos, marroquíes y ucranianos conforman el heterogéneo grupo al que se enfrente Lola cada día. “Hay recién llegados que no saben decir ni hola y personas que llevan un año con nosotros, por lo que encontrar el equilibro es un juego de malabares”, confiesa una trabajadora social de formación que, como profesora de español para extranjeros, intenta no dejar a nadie atrás ni se permite que ninguno de sus alumnos caiga en la desmotivación.
A pesar de que se muevan entre la frustración y el entusiasmo, “su espíritu de lucha es envidiable”, según confiesa. Y es que, desgraciadamente, son personas acostumbradas a vivir en un mundo con pocas certezas. “Las que vienen solas, sin su núcleo familiar más cercano, tienen que acostumbrarse a convivir a marchas forzadas con gente que no conocen de nada”, recuerda.
Lorena, que hace mucho tiempo cubrió una baja como orientadora laboral en ACCEM, dejó el mundo empresarial tras entrar en contacto con el voluntariado de la mano de la Asociación Fikra, en Gijón (Asturias), donde impartía también clases de español, y ver que lo suyo era otra cosa. “Las personas refugiadas son muy agradecidas y eso hace que tu trabajo sea reconfortante”, indica sobre una labor que el uso obligatorio de mascarilla complica aún más. Y es que la vocalización es esencial a la hora de adquirir competencias lingüísticas.
Lorena Gallego de la Iglesia
Profesora de español del PPI
Hospital San Juan de Dios de León