sembrar… cuando el cuerpo duele y la vida no da
PASTORAL

REVISTA Nº 143 – JUNIO 2021

Vidas enamoradas

En el Taller San Juan de Dios he pasado grandes momentos entre la soledad, el acompañamiento, la recuperación… ¡Hay tanta vida en el taller! En estos últimos días me he sentado en un rincón del taller, en la serenidad de un día cualquiera, con un poco de música, una estilográfica y el papel adecuado. Todo lo que me facilita un espacio para el recuerdo y la nostalgia.

Necesitaba situarme en esa armonía que fluye callada bajo la fuerza bruta de la vida, y ahí, en la quietud, pensar armónicamente. En este tiempo de pandemia casi estás obligado a hacerlo desde la nostalgia, aunque lo evidente exige mirar al horizonte, de familiares y amigos, para perfilar un arco iris de esperanza con el dinamismo de unas palabras: “al menos como antes”.

Piensas y caminas, con paso firme, como esperando un milagro. Mientras caminas y piensas, forzando la serenidad en la existencia, van apareciendo nombres, rostros, edades, enfermedades, familias… Aparecen las situaciones “de antes de”, comentarios “del tiempo pasado”, relatos de “la historia vivida” … ¡Han sido tantas las personas y tantas las vidas que han transitado por estos espacios del curar y del cuidar que te das cuenta de cómo la verticalidad de la vida pide compañía y apoyo!

No es fácil mantenerte en pie, vertical, sin los otros, porque en el encuentro vives la calidez de la proximidad y de los próximos y experimentas que los muchos testimonios del bien sostienen el mundo. Pones nombre a los testimonios, que es la forma más sencilla e idónea para dirigirse a alguien y hacerle cuasi sagrado, luego pones el rostro, ese rostro personal que convierte lo común en propio.

En la sala del taller, pienso, escucho y escribo, porque desde la serenidad parece más fácil el fluir de la vida. Al escuchar, algo me detiene, es una entrevista que comenta una canción, algo así como ‘Esperando el milagro’; dice que es una especie de epílogo musical de todo lo padecido y sentido en este tiempo de pandemia.

Me interesa y sigo la entrevista. Habla de la estructura musical, se presenta como una oración, un ruego o súplica con evocaciones religiosas para que meditemos sobre un futuro que, a pesar de todo, él lo siente esperanzador. Vuelvo a lo mío, sentado, recordando esas vidas que han pasado por el taller, muy heridas, pero muy enamoradas.

Es superior a mis fuerzas y estas vidas enamoradas, al recordarlas, me empujan a escuchar la canción. Con voz potente y frases rotundas, Pablo Milanés, este es el autor, canta ‘Esperando el milagro’ y musicaliza versos: “Como pájaros quietos en el aire. Como peces ahogándose en el mar. Como un salto al vacío del precipicio. Así estamos, al borde del final”.

Pongo la canción en pausa y vuelvo al recuerdo. Son vidas muy heridas, repletas de valor, que han puesto todas sus pocas fuerzas en la lucha, en la espera de un milagro. No importa la edad, el color o las patologías, sino el regalo de sus lecciones de vida. A su lado sientes la obligación de hacer las cosas bien y procurar hacer el bien.

En la proximidad te toca la crudeza de la vida y, en ocasiones, los pies se orientan a la puerta decididos a abrir y cerrar por fuera. Sin embargo, hay algo que atrae, la experiencia que los seres humanos hacemos de nuestra propia profundidad, del misterio que se esconde en el encuentro del otro, y descubrimos que el encuentro nos ayuda a resistir, que alimenta la esperanza. El encuentro nos da hondura y misterio, nos ayuda a pensar en diálogo para alimentarnos del otro, nos coloca frente a lo increíble y asombroso.

Han pasado ya muchos años de enfermedad y con la enfermedad. Me han regalado la oportunidad de mirar la vida como un camino en el que aprendemos a vivir juntamente con los demás y de los demás. Es un camino en el que aprendes a amar la vida desde su fragilidad, pues la vida es muy frágil, tan frágil que un segundo te coloca al otro lado y ya no hablamos de vida, guardamos silencio y… después de un poco balbuceamos “se acabó”.

Me revelo en un intento de reclamar formación en temas de la vida y las costumbres, es decir de la ‘bios’ y la ‘ethos’, en temas de la ‘bioética’, pues no podemos mantener una visión burocrática y administrativa del curar y del cuidar. Cuando repaso las vidas enamoradas que he encontrado en el camino, estoy hablando de lucha, de esfuerzos compartidos, de familias que ponen todo su existir en mantener la verticalidad de la existencia de lo que aman.

Desde el amor a la vida se buscan criterios para discernir y fortaleza para afrontar los nuevos retos que presenta. “No quiero sufrir” es el título de un libro de José Carlos y también el grito unánime en estos nuevos campos que está dejando la pandemia. Pablo Milanés habla de que su canción es una oración porque cree que, en este tiempo, el mundo más que pensar, oraba. Sigue cantando y esperando “un milagro que viene saturado de dudas, del saldo que resulte salvar la humanidad. Aleluya, aleluya”.

La vida camina lenta y entristecida, espera un ¡aleluya! Es sencillo escuchar quejas y dolores, pero también testimonios que cantan y cuentan lo que ocurre. La madre Teresa de Calcuta, hoy Santa Teresa de Calcuta, nos dejó una oración sobre la vida, belleza para admirar y oportunidad para aprovechar. La vida es sueño para hacerlo realidad y afrontar el reto. Ora la preciosidad de la vida que hay que cuidar y un amor que gozar.

Anima a descubrir el misterio de la vida, a cumplir promesas y superar tristezas, cantando un himno que acepta la lucha por la vida como esa gran aventura que hay que vivir y agradecer. Quizás, o sin quizás, la vida es un regalo, el regalo del amor que estas vidas enamoradas vivían desde el agradecimiento. Son vidas enamoradas, enamoradas de la vida.

Abilio Fernández García Servicio Atención Espiritual y Religiosa Hospital San Juan de Dios de León