
REVISTA Nº 145 – DICIEMBRE 2021
Tiempo perdido
Era una tarde de otoño, ya fresca, de domingo, de esas que unos dedican al paseo, otros al fútbol, los más retro a la partida, de mus para unos y de tresillo, especialmente para los clérigos. Yo no sé si no encuentro tiempo o no me atraen esas cosas, lo cierto y verdad es que llevo muchos años dedicando el domingo, después de las celebraciones oficiales, a la reflexión, la lectura y el comienzo de la preparación de la semana, el próximo domingo y sus tareas.
En esta quietud ocupada de una tarde de domingo, en otoño, he recorrido la novedad de cada semana, las nuevas ilusiones de cada día, una semana que acaba, otra que empieza y así un mes y otro y si se va la vista a lo alto, ya casi aparece el año siguiente. ¡Poco falta!
He mirado hacia atrás, al pasado, con algo de nostalgia, ¡podía haber sido de otra manera!, pero fue así. Inconscientemente, al mirar atrás, he vuelto a contemplar la lágrima de Dora y me ha parecido que dejaba el rostro impregnado de herrumbre. Pero no, la lagrima de Dora era noble, de buen material, era la expresión intima e intensa que comunicaba sus sentimientos y liberaba sus emociones. A mi, en el recuerdo, me ha acercado a los escritos de Ovidio: “El alma descansa cuando derrama sus lágrimas; y el dolor se satisface con su llanto”.
Quizás por la nobleza de una lágrima no podemos permitir que una imagen noble se distorsione con el paso del tiempo. Personalmente, de cuando en cuando, vuelvo la mirada al pasado, no solo para que no se me distorsione la imagen, sino con la sana costumbre de recordar el pasado, de pasarlo por el corazón y traerlo a este presente que orienta la vida al mañana, un mañana que es prometedor, pues como cantaba Alberto Cortez: “Está la puerta abierta, la vida está esperando”. Mirar al mañana es el futuro en el que la esperanza impone su dinamismo.
Con los años los recuerdos ocupan mucho más espacio que el costoso presente o el incierto futuro. En estos devaneos he recordado un chascarrillo ya de atrás: “Érase una vez una pareja de dos y una parte dice a la otra parte, “yo te amaba”, a lo que contesta “tiempo pasado”. Pensativo y entre dudas vuelve a la carga, “yo te amaré”, y a tal afirmación viene otra respuesta, “tiempo futuro”. Respuestas no esperadas que ponen en juego la salud de una relación. Intentando zanjar dudas entre el pasado y el futuro llega la afirmación del presente con un sentimiento rotundo: “Yo te amo”. No sé si era la respuesta esperada, pero fue la respuesta que fue: “Tiempo perdido”.
¡Cuánto da de sí una tarde tranquila de domingo! Mucho más de lo que cabe en un pequeño escrito intentando defender que el tiempo dedicado al amor no es tiempo perdido. Han sido muchas las tardes acompañando la fragilidad necesitada y pensando que amar es un arte que aprender, y nunca se aprende del todo.
Recuerdo las tardes con Josefa, su cáncer, sus ganas de contarlo todo y, cuando ya me parecía que el tiempo iba deprisa y había que ir cerrando sesión, yo decía: “Bueno, Josefa”. Así de sencillo y escueto, pero no tan expresivo como la respuesta de Josefa: “Ya lo siento”. Josefa disfrutaba contando su vida, hablando de la familia, de sus nietas, ¡ay sus nietas! Y también narrando los pocos días que tenía por delante. Nunca en su compañía perdí el tiempo, las dos horas largas de cada visita eran lecciones de vida. Es cierto que abríamos grietas en la realidad, pero siempre mirábamos el mundo como posibilidad.
Estas vidas me llevaban a leer o releer. Volvía a ‘El arte de amar’ de Eric Fron, o rebuscaba en los escritos de Miguel Delibes y su libro ‘Mujer de rojo sobre fondo gris’ para aprender a acompañar porque, en ese espacio de tiempo, saber acompañar es un arte. Martín Garzo lo embellece cuando escribe que es una especie de arte que pertenece al territorio del amor, pues contar es un acto de amor: “La escena fundacional de la literatura es esa en la que un adulto, fundamentalmente una madre, cuenta un cuento a su hijo. En ese momento, que es la noche, en el que el hijo tendrá que quedarse solo, en la oscuridad de la habitación”.
Me recuerda la soledad de la habitación, donde se cuenta la salud. Acoger este cuento nunca es tiempo perdido, aunque lo parezca. Es el tiempo ganado a la vida y al pasarlo por el corazón en el presente se convierte en ancla donde la vida apoya su firmeza para coger ritmo de futuro.
Me parece bello dibujar escenas de literatura con miradas dolientes que despiertan el abrazo. Hay que educar para amar, para aprender a mirar con los ojos del corazón, para saber hacernos vulnerables, dispuestos a reconocer que al acompañar y escuchar historias de vidas narradas algo se nos muere dentro, pero en ese algo que se muere, siempre brota un deseo agradecido, pues el amor es la semilla de la esperanza.,
El año llega a su fin con los días entrañables de Navidad. En el entorno de la vida, de la salud y la enfermedad, del deterioro y la amenaza de muerte, en ese entorno que nos rodea a cada momento, puedes escuchar un relato de vida, y será un rato dedicado al amor, a coger la mano amiga y frágil, a estar en el silencio que acoge la necesidad, a recoger narraciones de vida contada.
Necesitamos mirar el mundo como posibilidad, con la mirada de un niño. Ya no creemos en el mundo como una casa encantada, somos mayores, pero seguimos necesitando gestos de ternura que en este presente nos den la fuerza para contar en el futuro que el tiempo en el que hemos amado a quien era frágil y necesitado nunca fue tiempo perdido, sino lección de vida.
Abilio Fernández García
Servicio Atención Espiritual y Religiosa
Hospital San Juan de Dios de León