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REVISTA Nº 147 JUNIO 2022
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Restaurar la hospitalidad

Los días son un poco más largos –aunque sigan teniendo 24 horas– y parece que apetece sentarse en la tarde y contemplar. Sí, contemplar. Contemplar la vida y el mundo. Mirar al mundo y con el rabillo del ojo echar un vistazo a los de más acá, al entorno. En esa tranquilidad releo y repienso en los ecos aún presentes de la Bula ‘Licet ex débito’ y algunas de sus bellas expresiones: “Fue la frescura, la tenacidad, la profundidad carismática y el testimonio de hospitalidad de los hermanos lo que hizo que la Iglesia considere a la Orden como la flor que faltaba en el jardín de la Iglesia, la flor que transmite belleza y da vida en la Iglesia a los frutos de la hospitalidad”. 

Estamos ya al final del tiempo primaveral y el verano llama a la puerta. Se palpa la belleza del mundo, mientras llegan ecos del llanto y el dolor de sus gentes. Puede ser, o es, el momento de, en tiempos difíciles, vivir como única la ocasión de reavivar con fe y en esperanza la fraternidad y la hospitalidad heredadas de San Juan de Dios. Es el momento de promover con pasión la Hospitalidad. 

No se puede esperar más. Quizás hemos sido un poco ilusos pensando que con la experiencia de estos años cambiábamos y cambiaban, pero no. Vivíamos de espaldas a la realidad, nos colocaron de frente sin pensarlo y sentimos la fragilidad propia y ajena. ¡Todos frágiles y vulnerables! Sacamos a relucir frases de ánimo pseudosentidas y nos animábamos porque la tragedia de muchos conocidos nos dolía.

Vivimos tiempos complejos y, poco a poco, tenemos que hacer un trabajo para digerir y reorientar lo ocurrido. Nuestra vida sintió la herida y, aunque no sea fácil mirarla de frente para comprender su magnitud, es conveniente actuar para que la herida producida no cierre en falso. Junto al dolor aparecieron los sentimientos de finitud, las experiencias de fragilidad y vulnerabilidad y, también, como no, se palpaba la fortaleza de la solidaridad para el acompañamiento y el cuidado.

En aquella plaza de San Pedro vacía, en la soledad de un Papa, hicimos que representara tantas soledades y dolores, y aquella plaza vacía era a la vez, un signo de fortaleza para la esperanza. Recordar aquella escena me acerca a las palabras del mismo Papa al advertirnos de nuestro “analfabetismo en cuidar, acompañar y sostener”.

Porque siempre quedan imágenes en el recuerdo, tenemos que volver a esas imágenes convertidas en sacramentos de vida donde la retina es fiel y no defrauda. Quiero volver hoy a la imagen de la hospitalidad, como imagen de esperanza. La hospitalidad es el término que define la misión, el carisma y la espiritualidad de la Orden de San Juan de Dios y constituye su valor central. Para los religiosos de la Orden es también el cuarto voto por el que ofrecen su vida al servicio de los enfermos y necesitados.

La característica fundamental de la misión de la Orden es la hospitalidad que se basa en la vida y la obra de San Juan de Dios: “Sus actitudes hospitalarias sorprendieron, desconcertaron, pero funcionaron como faros para indicar caminos nuevos de asistencia y humanidad hacia los pobres y los enfermos. De la nada creó un modelo alternativo de ser ciudadano, cristiano, hospitalario a favor de los más necesitados. Esta hospitalidad profética ha sido una levadura de renovación en la asistencia y en la Iglesia. El modelo juandediano ha funcionado también como conciencia crítica y guía sensibilizadora para actitudes nuevas y prácticas de ayuda hacia los pobres y marginados” (C. Identidad 3.1.8).

Nuestra vida sintió la herida y, aunque no sea fácil mirarla de frente para comprender su
magnitud, es conveniente actuar para que no cierre en falso

Al percibir el dolor y el llanto de este mundo herido, he pensado en la necesidad de la hospitalidad, de restaurar su imagen. Según el diccionario de la RAE de la lengua se acerca a la idea de “restablecimiento, reposición, período histórico que comienza con una restauración”. Hoy, la imagen de la Hospitalidad, es la imagen que necesita el mundo. 

La hospitalidad es un valor ético que abre la vida a un nosotros, donde nada que ocurra a lo humano me es ajeno. Es la experiencia vivida y tantas veces compartida, es lo que encuentras cuando al acercarte a la persona frágil, en sus muchas formas, te sientes acogido, y percibes que el otro, al que no conoces, te invita a formar parte de su propio mundo y comienza un aprendizaje mutuo.

La historia de la humanidad está llena de referentes de hospitalidad y, en la tradición bíblica, es una ley, una práctica, una costumbre, un deber y un valor moral como refleja F. Torralba al profundizar en la hospitalidad con los hermanos de la Orden y aludiendo al texto de la carta a los Hebreos: “No olvidéis la hospitalidad” (Heb 13, 2).

Para San Juan de Dios la hospitalidad arranca de su experiencia de fragilidad compartida. Al compartir espacios de locura, aquellos en los que se intenta recomponer mentes rotas y resquebrajadas, en aquellos espacios y con aquellas personas marginadas y apartadas de la normalidad social, se siente acogido y descubre la necesidad de acogida en y desde el sufrimiento.

Hoy, en este mundo, en este espacio común de dolor y sufrimiento en el que se ha convertido nuestra vida y nuestro entorno, hay que sacar brillo a la hospitalidad

Hoy, en este mundo, en este espacio común de dolor y sufrimiento en el que se ha convertido nuestra vida y nuestro entorno, hay que sacar brillo a la hospitalidad, sentirnos acogidos y con capacidad de acoger. Como recuerda el Superior General “ofrecer a este mundo, que parece preferir la guerra y el conflicto, el amor y la fraternidad, gritando con más fuerza que nunca la Esperanza al hacer memoria de la fuerza carismática de la hospitalidad que inició San Juan de Dios” (Carta Pascua 2022).

Será cómodo unir nuestras soledades y esperar a que Dios nos lleve, pero el mundo necesita la hospitalidad y pide que toda la familia hospitalaria reúna fuerzas en un trabajo callado, de serenidad y paz, para que, en sus valores, regale al mundo un asidero: la hospitalidad como ancla para la esperanza.

Abilio Fernández García
Servicio de Atención Espiritual y Religiosa
Hospital San Juan de Dios de León

Espacios “con” o “sin” máscaras

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Seguí un tiempo pensando en los lugares de ternura. Al recorrerlos era hermoso contemplar caras, rostros, personas, vida… Lugares de ternura en tiempos de ternura donde se hace real el sueño de Dios para la humanidad, ese sueño que San Juan de Dios intuyó como posible...

Lugares de ternura

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Al final del verano me cuestionaba si ante el necesitado y frágil optaba por el stop (para y atiende) o existían otras posibilidades. Buscando más opciones, quizás evitando el compromiso, llegué a la rotonda de San Juan de Dios, con cuatro salidas que van a un lugar...

La rotonda de San Juan de Dios

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Finalizado el sueño, la realidad oprime y se respira una especie de ‘angustia existencial’. Si, ese malestar de sentirse vacío, sin rumbo, sin energía ni motivación. Ciertamente la vida ha cambiado y ¡cómo! Han cambiado muchas cosas, hemos evolucionado y progresado a lo largo de los siglos, pero la angustia, que es un malestar tan antiguo como la vida misma, siempre es angustia de lo mismo.

Hospitalidad tóxica

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Ha pasado el tiempo y he seguido en el recuerdo con la frase “tiempo perdido”. Para mí es importante recordar- lo, pues creo que seguimos necesitando, cuando tanto se habla de la “cultura del cuidado”.

Tiempo perdido

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Era una tarde de otoño, ya fresca, de domingo, de esas que unos dedican al paseo, otros al fútbol, los más retro a la partida, de mus para unos y de tresillo, especialmente para los clérigos.

La lágrima de dora

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Caía la tarde y salí del taller de San Juan de Dios para seguir caminando por la vida. Con el paso del tiempo, transcurridos los días y algunos meses, he seguido pensando en todas esas vidas enamoradas.