Se aproxima el otoño y no parece mala idea. El verano ha sido raro y distinto, con altas temperaturas, olas de calor, incendios, el cambio climático o los deseos estériles e inútiles de la ‘nueva normalidad’. Son sueños que están bien pues soñar no cuesta dinero, es gratis hasta en un mundo de inflación acelerada y, además, en el mundo de los sueños todo está permitido.
Finalizado el sueño, la realidad oprime y se respira una especie de ‘angustia existencial’. Si, ese malestar de sentirse vacío, sin rumbo, sin energía ni motivación. Ciertamente la vida ha cambiado y ¡cómo! Han cambiado muchas cosas, hemos evolucionado y progresado a lo largo de los siglos, pero la angustia, que es un malestar tan antiguo como la vida misma, siempre es angustia de lo mismo.
El ser humano es una consecuencia de lo que ha decidido ser y la angustia aparece junto al miedo en el encuentro con uno mismo, al saberse responsable de su propia existencia. Es decir, en el fondo la libertad y la responsabilidad son las dos causas más potentes de la angustia.
Entretenido en mi libertad olvido que estoy hablando de la rotonda de San Juan de Dios, y tengo que elegir mi salida, la dirección a seguir. Pendiente de la angustia existencial, entre libertad y responsabilidad, después de dos años largos de rotonda indecisa, ya me he acostumbrado a la segunda salida a la derecha.
He llegado al Hospital, lugar de la Hospitalidad, donde todo se orienta hacia la “Hospitalidad como ancla para la esperanza”. Luego vendrá la salida y la cosa se complica. La libertad ya no existe y la responsabilidad aumenta. Al salir, la duda está entre si es un ceda el paso, un STOP, esperar al semáforo y “lo que te permitan”, o la aparición de un buen samaritano que te permita iniciar la marcha.
El interior de la Hospitalidad –desde comienzos del 2020– percibe ecos de fallecidos y personas contagiadas, ecos de graves secuelas sanitarias, sociales y laborales. Ecos que perfilan un mosaico de muertes sin despedida, biografías truncadas, incalculables y terribles sufrimientos, familias rotas por el dolor, millones de personas sumidas en la extrema pobreza.
El ser humano es una consecuenciade lo que ha decidido ser y la angustia aparece junto al miedo en el encuentro con uno mismo
Ecos del mundo que dibujan el mosaico de la angustia existencial. El mundo no está bien. Las personas no estamos bien. Y la Hospitalidad…, la Hospitalidad es el antídoto eficaz para esta situación, aunque haya que retocar algunas pequeñas cosas que ofrezcan su brillo y su eficacia.
Hurgando en sus orígenes he encontrado que la Hospitalidad tiene su fundamento bíblico en la parábola del Buen Samaritano, en la que un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó, es asaltado por unos “malhechores” y quedó “maltratado” y “malherido”. Quedó al borde del camino y medio muerto. Por casualidad, aparecieron un sacerdote y un levita, pero no hubo suerte, habían programado su salida, miraron, pero no vieron al herido. Más tarde acertó a pasar un “samaritano” …y, al verlo, se compadeció, bajo de su cabalgadura y lo atendió.
Ese camino es el de la vida, por el que vamos los humanos, entre cunetas y señales orientativas y, cuando se cruzan otros caminos, aparecen las “rotondas”. Hoy, como ayer, no somos pocos los que encontramos nuestra salida, ocupados por mil compromisos que todos decimos tener.
Pero, querámoslo o no, el hombre es el camino de la Hospitalidad y la parábola del Buen Samaritano el referente para nuestro posicionamiento. Sentir el STOP, “descender de nuestra cabalgadura” y arrodillarnos ante el herido, nos permite acoger, atender, acompañar y mostrar la naturaleza de la Hospitalidad manifestando su propia esencia.
El trabajo bien hecho no será solo un deber ético por respeto a la integridad del enfermo y su familia, sino un placer que convierte a las profesiones de salud en la ternura de los pueblos, con respuestas compasivas ante el sufrimiento, la enfermedad y la muerte.
En nuestra cultura vemos demasiado, pero miramos poco, vemos tanto que quedamos ciegos para mirar. Necesitamos el STOP, parar, mirar el misterio del hombre que tenemos cerca, situarnos en el hondón de la experiencia frágil de la vida para elaborar el mejor esplendor de la Hospitalidad. Así certificamos la autenticidad de una teoría y la seriedad de una opción.
Al detenernos ante los moradores del dolor, los rostros adquieren nombre y se convierten en amigos, amigos de todo tipo y condición, de las más diversas creencias y vivencias, en las que se puede ver en profundidad la realidad del hombre necesitado, para empezar juntos el camino en el que el trabajo da brillo a la Hospitalidad y su peso sirve de ancla para la esperanza.
En la cercanía la mirada se hace compromiso de vida para recrear el carisma de la Hospitalidad en una sociedad lejos de aquella del fundador, pero con los mismos problemas que siguen afectando a la realidad humana, pobreza, exclusión y enfermedad. Cruda realidad, pero de una gran riqueza. Posible evadirse, pero no conveniente.
En este hurgar en los orígenes de la Hospitalidad hay mucho escrito y, en el centro siempre, el enfermo, el pobre, el necesitado y una frase lapidaria: “cuando la enfermedad se convirtió en negocio el enfermo dejó de ser importante”.
Sabíamos que el hombre era vulnerable, y no sólo es el hombre el vulnerable. La sociedad constituida por ellos, es más, la propia naturaleza habla toda ella el mismo lenguaje de la vulnerabilidad, de la limitación… Urgente y necesario, pues, el STOP. Pero no menos urgente que, al levantar al caído en la cuneta construyamos una buena rotonda, la rotonda de la Hospitalidad con cuatro salidas bien definidas para el frágil: calidad, respeto, responsabilidad y espiritualidad.
Necesitamos el STOP, parar, mirar el misterio del hombre que tenemos cerca, situarnos en el hondón de la experiencia frágil de la vida
Al pararnos, el STOP nos facilita el conocimiento de la realidad y la posibilidad de hacernos cargo de ella. El buen samaritano se acercó, se hizo cargo de la realidad, cargó con ella y se encargó de ella ofreciendo al malherido un proyecto sanador: llevarle a la posada, al hospital con la rotonda de la Hospitalidad.
Abilio Fernández García
Servicio de Atención Espiritual y Religiosa
Hospital San Juan de Dios de León