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REVISTA Nº 151 - JUNIO 2023
pastoral
Acariciar, sonreír, agradecer…, verbos del cuidar

Sin olvidar los lugares de ternura, y pendiente de reinventar nuevas máscaras, nuevos rostros de presencia para trasmitir serenidad y esperanza, van apareciendo posibles acciones que ofrecen a la vida coraje, el coraje de cuidar. Ha pasado ya un tiempo, pero el cuidado era tema de conversación y de consejo “tú cuídate”, “hay que cuidarse”, “cuida de él” y, con el tiempo “nos hemos decidido cuidar”.

El cuidado se ha convertido en una de las actividades más importantes de lo diario. Sí, de lo diario, de eso que hay que hacer cada día, cuidarnos y cuidar. El cuidado es una de las actividades más importantes de nuestra vida, el nuevo nombre de la responsabilidad. Al menos así lo plantea el profe- sor Agustín Domingo Moratalla en su libro ‘Homo curans’, para abordar el cuidado como actividad que define nuestras prácticas como especie, como sociedades que se transforman y como personas, actividad para la que el profesor pro- pone “cuidar con toda el alma”.

Desde los inicios de la pandemia hemos hablado que “de esta algo tenemos que aprender”. Es fácil que al vernos vulnerables y sentir la fragilidad hayamos decidido cuidarnos, pero no solo por ser vulnerables, también porque somos libres. El encuentro con la fragilidad en los espacios del cuidar, cuando el corazón tiende a arrugarse y replegarse, cuando sientes que se encoge la vida, aparece ese poso, no sé si de arte o de coraje, quizás de coraje, que te convierte en artista y empiezas un trabajo artesanal.

Ha sido en los primeros tiempos de estos 1.221 días de pandemia vividos. Una amiga de hace mucho tiempo, Viki, enfermera de profesión y con el ADN del cuidar, desde la incertidumbre, pero con la certeza de ser enfermera hasta sus últimas consecuencias, consciente de lo que estaba ocurriendo, conocedora de los protocolos a aplicar, las precauciones, las recomendaciones y normativas, tiene que tomar una decisión, pues Antonia se va y su vida no da para más. Esperar es tarde.

Es fácil que al vernos vulnerables y sentir la fragilidad hayamos decidido cuidarnos, pero no solo por ser vulnerables, también porque somos libres.

Siempre he pensado que cuando se siente la vocación a la Enfermería se piensa en la formación para “ser” y después “se es enfermera”, “se es enfermero”. La formación para su vocación les ha ofrecido toda una “caja de herramientas” para trabajar con profesionalidad y conjugar con soltura el verbo del cuidar ante lo que se presenta en su trabajo.

En esas situaciones límite usar la herramienta adecuada es espontáneo, la respuesta a la realidad necesitada no se hace esperar, era urgente acompañar a cerrar el libro de la vida de Antonia a quien solo le faltaba estampar su firma. La actuación fue rápida, dos gestos de un solo instante: quitar el guante y acariciar su rostro, el rostro de Antonia.

Cuando Antonia sintió la mano de Viki rozando con suavidad la piel de su cara, devolvió una sonrisa como ofreciendo hospitalidad a la esperanza. He leído que sin la sonrisa la vida muere, pero también que toda sonrisa revele la bondad de Dios y la originalidad del hombre. La originalidad de Antonia consistió en cerrar el libro de su vida con una firma que ha quedado grabada en el corazón del cuidar: la sonrisa.

La sonrisa de Antonia como respuesta a la caricia es el amor que vence al pesimismo e ilumina los lugares oscuros de la existencia. Acariciar es tratar a alguien con amor y ternura, un refuerzo para los vínculos sociales. En estos tiempos se ha hablado de “hambre de piel”, síndrome neurológico ante la falta de contacto físico que ha afectado especialmente a los mayores. No acierto a meterme en la piel de Antonia, pero la caricia seguro que aumentó la sensación de bienestar disminuyendo sus niveles de ansiedad.

La originalidad de Antonia consistió en cerrar el libro de su vida con una firma que ha quedado grabada en el corazón del cuidar: la sonrisa.

Al pensar en la caricia me ha venido al recuerdo la que yo coloqué en la mejilla de Manuela en el silencio de una noche de hospital. Manuela tenía 94 años, había sido operada su fractura de cadera y era trasladada a su habitación en planta. Eran las 0.30 horas. Manuela no tenía familia, gemía en el silencio de la noche y reclamaron mí presencia. Mi mano en su hombro desnudo, mientras unas palabras sirvieron de introducción a una oración que ella rezaba antes de la operación. Terminada su oración, mi caricia en la mejilla y un “hasta mañana” consiguieron que Manuela durmiera hasta el amanecer.

En la caricia expresamos cariño y amor, acariciar la cara es uno de los gestos más dulces, transmite serenidad, confianza, tranquilidad, a la vez que significa protección, apego y afecto. Manuela sintió que allí había alguien que en la caricia la decía “estoy aquí para apoyarte a pesar de todo”. Creo que me he ido, pues estaba hablando de Antonia y su sonrisa, de esa caricia en su mejilla que suplía la carencia de los afectos más próximos y le trasmitió seguridad, alegría, autoestima…, era la respuesta a la felicidad.

J. C. Bermejo, en su libro ‘Espiritualidad para ahora’, invita a cultivar el pequeño huerto de nuestro corazón, a ser hortelanos del espíritu, a hacer del cuidado artesanía.

Antonia ya no esperaba que la vida ofreciese algo para sonreír, había elegido sonreír como la última opción personal desde la que afrontar aquello que le daba la vida y regalarnos su última lección de vida. Envueltos en una especie de baile de pérdidas a mí no se me ocurre nada más que una palabra ¡gracias! Antonia nos has facilitado acariciar y sonreír, dos verbos del cuidar para añadir otro a nuestra vida “agradecer”.

Sí, Antonia. Gracias por tu sonrisa, por enseñarnos a ofrecer hospitalidad a la esperanza en el cuidar y concebir las profesiones del cuidado como arte. J. C. Bermejo en su libro ‘Espiritualidad para ahora’, ante estas realidades cotidianas que nos trascienden, invita a cultivar el pequeño huerto de nuestro corazón, a ser hortelanos del espíritu, a conjugar el verbo “cuidar” de manera artística para hacer del cuidado artesanía y recorrer un camino de disfrute de la vida para poder cantar con Nino Bravo -“al partir un beso y una flor, un te quiero, una caricia y un adiós… forjarán mi destino las piedras del camino. Lo que nos es querido siempre queda atrás”- habiendo vivido la “artesanía del cuidado”.

Abilio Fernández García
Servicio de Atención Espiritual y Religiosa
Hospital San Juan de Dios de León

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