Restaurar la hospitalidad
Los días son un poco más largos –aunque sigan teniendo 24 horas– y parece que apetece sentarse en la tarde y contemplar. Sí, contemplar.
Los días son un poco más largos –aunque sigan teniendo 24 horas– y parece que apetece sentarse en la tarde y contemplar. Sí, contemplar.
Ha pasado el tiempo y he seguido en el recuerdo con la frase “tiempo perdido”. Para mí es importante recordar- lo, pues creo que seguimos necesitando, cuando tanto se habla de la “cultura del cuidado”.
Era una tarde de otoño, ya fresca, de domingo, de esas que unos dedican al paseo, otros al fútbol, los más retro a la partida, de mus para unos y de tresillo, especialmente para los clérigos.
Caía la tarde y salí del taller de San Juan de Dios para seguir caminando por la vida. Con el paso del tiempo, transcurridos los días y algunos meses, he seguido pensando en todas esas vidas enamoradas.
En el Taller San Juan de Dios he pasado grandes momentos entre la soledad, el acompañamiento, la recuperación… ¡Hay tanta vida en el taller! En estos últimos días me he sentado en un rincón del taller, en la serenidad de un día cualquiera, con un poco de música, una estilográfica y el papel adecuado
La siembra estaba hecha y se había declarado la hora de la hospitalidad, la hora de la esperanza.
Nuestra mente y nuestro cuerpo, listos para disfrutar de la vida en el campo, la naturaleza y el aire libre, perciben que el ansiado sueño se hace añicos y solo queda intentar mantener la esperanza de recomponer esos sueños rotos. El paso del tiempo y lo vivido van dejando sus secuelas.
He vuelto a Juan Ciudad, es decir, a la esencia de San Juan de Dios y a lo que él veía como realidad que para muchos era un sueño, una quimera. Lo he hecho al encontrarme, en estos tiempos de pandemia, con esa frase que suena bien pero que nos pasa inadvertida: “Ahora más que nunca, Hospitalidad”.
Cuando aún estaba en diálogo con Juan Ciudad y casi todo organizado para la fiesta, el mundo se rompe y el chasquido ponía sonido al sufrimiento. Vuelvo a retomar el diálogo, vuelvo a centrarme en lo que Juan Ciudad había pensado para aquel mundo que tanto le apenaba, en el que experimentó tanto dolor y al que entregó su vida.
Una estrella y despistada, pero era capaz de regalar en cada presencia una sonrisa. No era mucho, pero era y era suficiente para llenar el día de valores o dar valor al día. ¡Lo que vale el regalo de una sonrisa!
Tenemos un defecto grande de serie: no venimos con manual de funcionamiento, libro de instrucciones o “tutorial” en internet y, sin embargo, todo ser humano lucha por vivir y ser feliz. Algunos no sé si lo saben o lo aprenden, pero consiguen vivir y vivir felices. ¡Pocos!
Aún no encuentro una explicación de lo que me ha pasado. Es posible que sea fruto del corazón cargado de recuerdos. No lo sé. He decidido –desde el corazón– buscar herramientas que faciliten llenar la fragilidad de fortaleza y animar la certeza de que el sol renacerá.