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REVISTA Nº 150 - MARZO 2023
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Tocar fondo para salir a la superficie

En 2020 M.H.I.N. cruzó el umbral del Centro de Rehabilitación Psicosocial (CRPS) de la Fundación Acorde en Nueva Montaña (Santander) para abordar su patología dual. Este argentino de Rosario, que con nueve años llegó con sus padres y dos hermanos a Bilbao, se vio inmerso en serios problemas con el alcohol y drogas como las anfetaminas y la cocaína tras el nacimiento de su hijo en el año 2013. “Descuidé a mi familia. Trabajaba, pero me gustaba salir de fiesta”, lamenta un hombre que se adentró en lo que ha bautizado como “un agujero negro”. “Empecé a consumir sustancias tóxicas los fines de semana y, aunque en un principio me divertía porque me ayudaban a desinhibirme, no tardé en engancharme”, explica en relación a la espiral de destrucción en la que se había metido. Un refugio para no ver la realidad y, sobre todo, no sentirla aun a sabiendas de que es como el agua: si no tiene salida, busca por donde filtrarse.

Empecé a consumir sustancias tóxicas los fines de semana y, aunque en un principio me divertía porque me ayudaban a desinhibirme, no tardé en engancharme.

Fue así como, más pronto que tarde, M.H.I.N. –que había crecido en un hogar con mucho cariño- lo perdió todo. “Mi día a día se convirtió en un calvario”, confiesa. Tanto que, según apostilla, se quedó sin trabajo y acabó entre rejas por amenazar a la madre de su hijo, de la que ya se había separado, con un cuchillo. “Las drogas tienen consecuencias extremas”, asegura en el marco de un relato que deja entrever desde un inicio posos de amargura. Al segundo día de su estancia en la cárcel, se intentó suicidar sin éxito. “No tenía nada”, argumenta. No obstante, y tras unas semanas de reflexión, decidió trazar un plan para reconducir su vida ya con la carta de la libertad en la mano.

Un punto de retorno

En la Fundación Acorde, a la que llegó con el apoyo de su padre, M.H.I.N. encontró un punto de retorno. “Aprendí mucho de valores y habilidades sociales, pero con 40 años tuve una recaída”, pone de relieve. Ya en la calle, y tras marcharse de su casa, llamó a las puertas del albergue municipal de Santander en marzo de 2022 y, al mes siguiente, en abril, a las del Hogar Municipal del Transeúnte que gestiona la Orden Hospitalaria de San Juan de Dios. Un recurso que acogió en 20212 en su albergue a 516 personas que sumaron 3.528 pernoctaciones, así como a 326 –con 1.732 estancias- en su servicio de acogida diurna.

“Fue un periodo de tiempo lleno de dificultades y malos momentos en el que me planteé abandonar, pero he decidido cambiar para darle lo mejor a mi hijo”, precisa M.H.I.N muy agradecido a todas las personas que le han ayudado en el camino. Ahora, junto a un compañero de viaje, tiene una habitación compartida desde la que anima a quienes están pensando en tirar la toalla a agarrarla fuerte: “La vida es dura, pero hay que levantarse cada día porque de todo se sale –también de las drogas- si uno quiere”.

 M.H.I.N.
Usuario del Hogar Municipal del Transeúnte
Hospital San Juan de Dios de León

Hoy he decidido cambiar

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“Tomé mi equipaje y salí de la habitación rumbo a la calle, sintiendo como se rompían las ataduras con un pasado al que me prometí no volver más”, explica Robert Secada al recordar ese lunes 21 de febrero en el que llamó a la puerta del Hogar Municipal del Transeúnte...

Palabras que dan vida

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Dar la palabra al que no tiene voz

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El camino de la esperanza

El camino de la esperanza

Durante 15 largos años J.M.H.P. ha pasado las noches con el suelo como colchón, a veces entre los cartones o las paredes de vidrio esmerilado de los cajeros. “Estuve viviendo en la calle entre los años 2000 y 2015”, explica este vallisoletano con muchos problemas derivados del abuso del alcohol y otras sustancias estupefacientes. “Mi vida estaba destrozada. No me quería ni mi familia ni los servicios sociales”, apostilla en el marco de un relato con posos de amargura.

La hospitalidad sin medida

La hospitalidad sin medida

Desde los 15 años, Y.Q.V. trabajó como voluntario en un centro que tienen los Hermanos de San Juan de Dios en su país: Cuba. “Ayudaba a repartir comida a un grupo de personas que no tenían techo. Con ellos no compartía solo el alimento, sino también juegos y mi afición por la música”, asegura un hombre nacido en 1980 que mira al pasado con cierta nostalgia.

Uno de la calle

Uno de la calle

“Siento pasión por la música clásica. La afición me viene de mi padre, que tocaba el oboe en la banda municipal”, asegura José, un hombre que ha llamado a la puerta del Hogar Municipal del Transeúnte de León en más de una ocasión.