Recientemente, te has alzado con el Campeonato de España de Parapente de Precisión celebrado en la pista de despegue de vuelo libre Pico Pitolero situada en la localidad cacereña de Cabezabellosa. Un nuevo podio que te abre las puertas del 12th FAI World Paragliding Accuracy Championships, que se celebrará en octubre en Sopot (Bulgaria). ¿Por qué es tan importante para ti esta cita?
Sobre todo, tengo experiencia en el slalom de paramotor, pero desde hace unos años estoy entregado al ‘accuracy’, modalidad en parapente que pone a prueba las habilidades de aterrizaje de precisión de un piloto. Mi motivación es constante, porque cada vez hay más nivel. En España llevamos poco tiempo practicándolo, pero en países como Albania –donde acabo de estar-, Serbia, Kazajistán o República Checa hay mucha afición. Aquí se han hecho tres campeonatos y, tras quedar segundo y tercero en los dos primeros, he conseguido el oro en un sitio al que ya me habían invitado en el marco de alguna exhibición. Eso me ha dado puntos para poder ir a la única cita mundial a la que tengo previsto ir este año.
Entonces, ¿no tienes previsto acudir al quinto Campeonato del Mundo de Paramotor Slalom que tendrá lugar este mes de junio en Bornos (Cádiz)?
No tengo previsto ir, porque me tienen que llegar una vela y un motor nuevos de mis patrocinadores ITV y SKYEngines. Iba a hacer el esfuerzo de ir sin haberlos probado, pero por seguridad creemos que es mejor no hacerlo. Eso sí, iré al campeonato de España, también en Bornos en octubre, para intentar revalidar mi título. Al final la vida me está llevan- do más por el ‘accuracy’, porque por 50 campeonatos que hay de esta modalidad hay dos de slalom. Además, el slalom en paramotor te obliga a entrenar en las mismas competiciones, con pilonas sobre el agua, mientras que en ‘accuracy’ con una laderita, como la de la Devesa de Boñar donde empecé, te vale. Pones una diana abajo y puedes entrenar todo lo quieras. Y hay más ventajas. El parapente lo metes en una mochila y la facturas. El paramotor precisa una caja enorme y que lo envíes por barco un mes antes. La logística es mucho más complicada.

El año 2020, pese a la pandemia de COVID-19, fue uno de tus mejores años de competición. ¿Cómo lo recuerdas y, desde entonces, cómo dirías que ha sido tu evolución?
Tuve la suerte, como deportista de alto nivel, de acogerme a las excepciones y entrenar. Y eso me dio la sensación de libertad más grande que he tenido nunca, aunque tuviera que volar con mascarilla. No quería ni la furgoneta para subir la montaña. En 2020, además, gané el campeonato de España de slalom en paramotor y empecé a meterme en el ‘accuracy’. Después un patrocinador personalizó la diana con mi logo y me hice unas botas especiales para pisar mejor.
Llevas más de la mitad de tu vida volando. ¿Qué te atrajo de este mundo y, con la perspectiva que da el tiempo, cómo dirías que fueron tus inicios?
Con 16 años me topé con un cartel de un curso de las es- cuelas deportivas de León y no me lo pensé dos veces. Los días antes soñaba casi con tirarme por acantilados, pero al llegar a la Devesa de Boñar, donde ahora hago dianas (aterrizajes de precisión), me di cuenta de que había que empezar por el suelo conociendo el material y el equipo. Aquello me apasionó y me metí hasta dentro. Tanto es así que todos los fines de semana me iba en tren a El Bierzo para encontrarme con otros pilotos en lugares como la Sierra de Gistredo y San Cristóbal de Valdueza. A los 19 años, tras aprobar la oposición, entré en el parque de bomberos de Valladolid y todo fue un poco rodado.
No sabía que sobrevolar la figura de Buda (nadie puede estar por encima de él) era una falta de respeto y acabé siendo noticia en todo el país.
Convertir una actividad deportiva en una disciplina olímpica implica un presupuesto multimillonario. ¿Sería un sueño que el parapente lo fuera? ¿Podría ser una realidad en Los Ángeles 2028?
Ojalá lo sea, sería un sueño. Hay muchas federaciones tirando muy fuerte por esto, pero al final tiene que tener público suficiente. En los últimos años han entrado deportes minoritarios como el ‘skate park’ y la escalada, e incluso puede que lo acabe haciendo el ‘parkour’, la disciplina deportiva consistente en desplazarse de un lugar a otro superando todo tipo de dificultades y obstáculos.
Has sobrevolado las pirámides de Egipto, e incluso la figura de Buda en Tailandia, atravesado el desierto del golfo de Omán, cruzado de Mallorca a Menorca y, de manera diagonal, la península de Gijón a Almería… ¿Con qué momento te quedas?
Lo de Tailandia fue una gran anécdota. No sabía que sobrevolar la figura de Buda (nadie puede estar por encima de él) era una falta de respeto y acabé siendo noticia en todo el país. Hablaban del forastero que sobrevolaba los templos sagrados y tuve que ingeniármelas para poder salir de allí indemne. Se me ocurrió volver y llevarle un ramo de flores que no cabía en el coche. Estaba todo el pueblo esperando en el templo mis disculpas. También fue muy especial el viaje a África con mis hermanas. Sobrevolé poblados en los que la gente nunca había visto a alguien en paramotor surcar los cielos y, cuando aterrizaba, en ellos flipaba. De hecho, fui el primer piloto en sobrevolar en paramotor la isla de Santo Tomé, donde acabé pasando una noche entre rejas. Llegaron a pensar que era un espía.
La pérdida de compañeros de vuelo es una realidad que está ahí. ¿Cómo se lleva convivir con una disciplina en la que un error te puede costar la vida?
El riesgo en el slalom es obvio por la velocidad, porque vas pegado al suelo, porque te puedes chocar con una pilona al tratar de recortar un segundo… el paramotor se desinfla y se queda en una tela, solo se convierte en ala cuando hay presión interna. Por eso, el circuito está montado sobre el agua. También en el mundo del paracaidismo tengo amigos que han fallecido con el traje de alas puesto. Cruzo los dedos y toco madera, pero aún no he tenido ningún accidente grave ni me he roto nada. En el ‘accuracy’, aunque parece más sencillo, hay leñazos al despegue y al aterrizaje. Es un deporte de riesgo, pero también hay otras actividades como conducir -o mismamente dentro de mi profesión- que también lo son. El riesgo es algo que asumes. Lo que no puedes nunca es perderle el respeto a volar. Más minutos en el aire implican más probabilidades de que te pase algo, pero prefiero pensar que también te dan más experiencia para que eso no ocurra.
Nunca has tenido un accidente importante, por fortuna, pero algún susto gordo sí te has llevado. ¿Cuál ha sido la situación en la que te has visto más comprometido?
En Nepal, en mi primera gran aventura en 2014, justo un año antes del terremoto, se me paró el motor recién estrenado de la manera más tonta, quizá por una burbuja de aire en el carburador. Estaba sobrevolando un río salvaje en el que había cocodrilos y sin chaleco salvavidas, algo que no se me volvería a ocurrir jamás. No hacía pie, el motor me tiraba hacia atrás y, por un momento, pensé que no lo contaba. En el límite de mis fuerzas me recogieron en una barca. Tuve dolores en el cuerpo toda la semana.
Estuvimos en Turquía dos días, pero lamentablemente no tuvimos suerte. Los perros, que son los que te marcan los puntos donde buscar, no olían ni un rastro de vida.
Afirmas que la meditación te ayuda a estar más en tiempo presente. ¿Cómo te preparas para cada campeonato?
Todos los días le dedico un rato. Leo, veo un atardecer, medito, hago respiraciones o visualizo. Son pequeños momentos dentro de un camino espiritual que, sin llevarlo al extremo, me ayuda a rebajar el estrés. Alguna vez doy clase en Prabhupati, un centro de kundalini yoga, pero es algo que sobre todo hago por mi cuenta. Está demostrado que esta disciplina es capaz de actuar sobre el cerebro y regular la acción de una serie de neurotransmisores y hormonas vinculadas al estrés, la depresión y la ansiedad, entre otras. En competición lo suelo poner en práctica entre ronda y ronda, o justo antes de volar para imaginar también el resultado antes de que ocurra.
¿Qué papel juegan los patrocinadores en un deporte como éste?
Son importantes, porque entre las inscripciones en los campeonatos, los billetes de avión, la facturación del equipo… se va dinero, aunque muchas veces me inviten a los eventos.
Desde hace más 15 años eres miembro del parque de bomberos de Valladolid. ¿Qué es lo mejor de tu trabajo? ¿Y lo peor?
Es un trabajo súper vocacional, de servicio al ciudadano, en el que no hay espacio para la rutina y, además, me he podido formar en especialidades como el BREC (búsqueda y rescate en estructuras colapsadas). De hecho, es lo quería ser de niño y, además, me permite compaginarlo con mi pasión. Seguro que, si no fuera bombero, ya habría dejado mi profesión por volar, pero ésta me lo pone muy fácil: hago turnos de 24 horas y después tengo cuatro días libres. ¿Lo peor? Al margen del riesgo que puedas correr al sofocar un incendios, ves cosas feas en accidentes como los de tráfico. Pero cuando llegas a tiempo y salvas una vida es muy gratificante. Somos un cuerpo no represivo, que siempre está ahí para echar un cable.
La soledad no deseada es una de las caras más dolorosas y no siempre reconocidas de la vulnerabilidad. ¿Han aumentado los avisos por caídas de ancianos que viven solos en casa o que llevan días sin dar señales de vida?
En provincias como la de León, donde el envejecimiento de la población es mayor, sé que cada vez es una realidad más frecuente. Cuando tenemos algún caso así en Valladolid, me da mucha pena. Lo peor no es la caída, por haberse resbalado, sino que no haya nadie para levantarlo de inmediato. Es una estampa desoladora.
En el mes de febrero te desplazaste a Turquía para colaborar con la ONG Acción Norte en el rescate y auxilio de la población tras el terremoto de magnitud 7,8 que sacudió el país. “No hemos parado de buscar a personas con vida, pero no ha habido suerte”, asegurabas con cierta amargura. ¿Qué sacaste en claro de aquella experiencia?
Nos desplazamos a la ciudad de Adyaman (Turquía), en la zona cero, y estuvimos dos días, pero lamentablemente no tuvimos suerte. Los perros, que son los que te marcan los puntos donde buscar, no olían ni un rastro de vida. Era frustrante. La gente estaba unida en la devastación, volcada en ayudarse. Y con eso me quedo. También con lo bonito de tener un trabajo en el que le pueda ser útil a alguien.
Con anterioridad, te desplazaste a la isla de Lesbos para auxiliar a las personas refugiadas que intentaban cruzar el mar para dejar atrás hambre, guerra y miseria. ¿Cómo fue aquella aventura?
El conflicto sirio y la inestable situación de países de Oriente Medio y África obligaban a miles de personas refugiadas a cruzar el Mediterráneo para intentar llegar a Europa. Este pequeño enclave griego, a pocos kilómetros de Turquía, se convirtió en una de las vías rápidas de entrada, por lo que la afluencia de embarcaciones era máxima. Con abrazos y mantas salvamos a muchos de morir de hipotermia, pero más allá de eso te das cuenta de que es complicado cambiar las cosas.
También ayudaste a levantar el primer parque de bomberos en territorio saharaui.
En menos de diez días levantamos un parque de bomberos en los campamentos de Tinduf (Argelia), concretamente en Rabuni, con poco más que las manos. Fue mi primer proyecto con la ONG Acción Norte, allá por enero de 2016, y el que más disfruté. Junto a Javier Bodego Morán y Quique López Calvo también impartí formación básica a 11 futuros bomberos para atender emergencias en la zona.
El test de Víctor Rodríguez Santa Marta ‘Moncho’
Una ciudad_ León
Un rincón_ Mi rincón secreto de Los Pinos al atardecer
Una comida_ El sushi
Un lugar para perderse_ Serra Grande en la Bahía de Brasil y Puerto Escondido en México
Un colega de profesión para salir de cañas_ Quique López Calvo
Un deporte_ Volar
Un vicio (confesable)_ Los festivales de música electrónica y los retiros espirituales
Su mayor defecto_ La impuntualidad, pero estoy trabajando en ella
Su mayor virtud_ Dos: la perseverancia y la empatía
Le gustaría parecerse a_ Kobe Bryant
Un grupo musical o cantante_ Pink Floyd
Un libro_ El poder del ahora de Eckhart Tolle
Un medio de transporte_ Mi furgo (Aura)